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+5 Fábulas de robots ¡Unicas y especiales para niños!

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Los robots son objetos mecánicos fabricados con inteligencia artificial para ser ayudantes, colaboradores o simplemente juguetes para niños.

Hoy en día la ciencia y la tecnología han avanzado tanto, que se cree que en algún momento los robots podrán ser tan eficientes y empáticos como los humanos.

Sin embargo, ese tiempo aun no llega, y la idea de los robots es aun asemejada con juguetes o grandes maquinas para industrias diversas.

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Las fábulas de robots se encargan de mezclar la fantasía y la realidad para crear historias impresionantes y con grandes lecciones de vida.

+5 Fabulas de Robost ¡Divertidas para niños!

Las fábulas de robots son muy poco comunes, es por esto que en el mercado o en la web hay pocas. Sin embargo, te presentamos a continuación un listado con las mejores cinco fábulas de robots. Disfrútalas

Robots para el verano

Esta fábula de robots narra la historia de tres niños, Mario, María y Marcos, ellos escuchaban detrás de una puerta como sus padres discutían sobre el futuro de los pequeños.

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Todos concordaban que debían ser felices, pero que era muy importante su formación académica. Los niños siendo más listo que sus padres, sabían que el futuro era hoy, así que, comenzaron a construir cada uno un robot.

Durante todo ese verano, cada niño se enfoco en características específicas para sus robos, cumpliendo así con sus preferencias. ¿Creen que pudieron construir los robots?

Los pequeños oían a sus padres hablar sobre su futuro. Qué estudiarían, qué les gustaría, qué oportunidades tendrían… Y aunque todos coincidían en resaltar que lo más importante era que fueran felices, no dejaban de estar preocupados por su formación. Sin embargo, los niños, que casi siempre eran más listos que sus padres, sabían que el futuro ya estaba aquí y para ellos no tenía ningún misterio.

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Fue así como los pequeños de la casa decidieron dedicar parte de las vacaciones del verano a construirse un robot. Buscaron tornillos, cables, tuercas, piezas metálicas… y se adueñaron del garaje del abuelo, de la casa en la que todos juntos pasaban el verano.

Mario decidió construir un robot veloz con materiales reciclados (la abuela se puso muy contenta al ver cómo se reducía su basura). Y es que, a Mario lo que más le gustaba era correr y pensaba pasarse las tardes de agosto echando carreras con el que iba a ser su nuevo amigo, ‘Robotoz’.

María siempre estaba bailando. Por ello, su robot, al que pintó de rosa y llamaría ‘Singrobot’, contó con una cuidadosa programación vocal y acústica para reproducir las canciones favoritas de la niña. Además, María ayudó a la más pequeña de la familia, Matilda, a diseñar el que sería su robot bebé, ‘Lloronbot’.

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Marcos, que era el mayor de todos los primos, optó por fabricar un robot al que llamó ‘Sapiens’. Pretendía con él poder hacer todo tipo de consultas para así tener siempre una respuesta que dar a los mayores. Además, podría aprovecharlo en el próximo curso para ayudarle a hacer los deberes.

Todos pasaron un verano muy divertido refrescándose en el río y construyendo y jugando con sus nuevos robots. Y, lo más importante, demostraron a sus papás y a sus mamás que sabían aprender jugando y que el futuro para ellos no era más que la prolongación del presente.

Moraleja de robots para el verano: a veces se puede aprender jugando, sin necesidad de ser algo aburrido o poco practico.

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El robot desprogramado

La siguiente fábula de robots cuenta la historia de Ricky un niño sin hermanos que no ayuda para nada en las cosas del hogar.

Pero cierto día, sus padres compran un robot mayordomo y Ricky se alegra mucho, porque ya no tendrá que acomodar cosas, limpiar, cocinar, y muchos menos acomodar su cuarto, que era lo que más le desagradaba. E

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s así como Ricky se fue a dormir y al otro día consiguió su cuarto limpio, extremadamente ordenado, pero todo lo que había dejado regado no lo podía conseguir. Es así como comienza a seguir al robot, y le dice a sus papas que tiene una falla, porque se roba las cosas. ¿Cómo continua la historia?

Ricky vivía en una preciosa casa del futuro con todo lo que quería. Aunque no ayudaba mucho en casa, se puso contentísimo cuando sus papás compraron un robot mayordomo último modelo. Desde ese momento, iba a encargarse de hacerlo todo: cocinar, limpiar, planchar, y sobre todo, recoger la ropa y su cuarto, que era lo que menos le gustaba a Ricky. Así que aquel primer día Ricky dejó su habitación hecha un desastre, sólo para levantarse al día siguiente y comprobar que todo estaba perfectamente limpio.

De hecho, estaba «demasiado» limpio, porque no era capaz de encontrar su camiseta favorita, ni su mejor juguete. Por mucho que los buscó, no volvieron a aparecer, y lo mismo fue ocurriendo con muchas otras cosas que desaparecían. Así que empezó a sospechar de su brillante robot mayordomo. Preparó todo un plan de espionaje, y siguió al robot por todas partes, hasta que le pilló con las manos en la masa, cogiendo uno de sus juguetes del suelo y guardándoselo.

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El niño fue corriendo a contar a sus padres que el robot estaba roto y mal programado, y les pidió que lo cambiaran. Pero sus padres dijeron que de ninguna manera, que eso era imposible y que estaban encantados con el mayordomo. que además cocinaba divinamente. Así que Ricky tuvo que empezar a conseguir pruebas y tomar fotos a escondidas. Continuamente insistía a sus padres sobre el «chorizo» que se escondía bajo aquel amable y simpático robot, por mucho que cocinara mejor que la abuela.

Un día, el robot oyó sus protestas, y se acercó a él para devolverle uno de sus juguetes y algo de ropa.

– Toma, niño. No sabía que esto te molestaba- dijo con su metálica voz.
– ¡Cómo no va a molestarme, chorizo!. ¡ Llevas semanas robándome cosas! – respondió furioso el niño.
– Sólo creía que no te gustaban, y que por eso las tratabas tan mal y las tenías por el suelo. Yo estoy programado para recoger todo lo que pueda servir, y por las noches lo envío a lugares donde a otra gente pueda darles buen uso. Soy un robot de efeciencia máxima, ¿no lo sabías? – dijo con cierto aire orgulloso.

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Entonces Ricky comenzó a sentirse avergonzado. Llevaba toda la vida tratando las cosas como si no sirvieran para nada, sin cuidado ninguno, cuando era verdad que mucha otra gente estaría encantada de tratarlas con todo el cuidado del mundo. Y comprendió que su robot no estaba roto ni desprogramado, sino que estaba ¡verdaderamente bien programado!

Desde entonces, decidió convertirse él mismo en un «niño de eficiencia máxima» y puso verdadero cuidado en tratar bien sus cosas, tenerlas ordenadas y no tener más de las necesarias. Y a menudo compraba cosas nuevas para acompañar a su buen amigo el robot a visitar y ayudar a aquellas otras personas.

Moraleja del robot desprogramado: dale el valor que merece cada cosa u objeto, además siempre debes ser ordenado y organizado.

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El robot que quería tocar el violín

Esta fábula de robots narra la historia de P47-52 un robot sumamente especial, porque además de saber hacer de todo, su inventor logro dotarlo de inteligencia artificial, lo que hacia que pudiera pensar.

Este inteligente robot un día escucho una hermosa melodía y le pregunto a su inventor de donde provenía, y el le mostró que era de un violín. Es así como el robot decidió aprender a tocar violín, sin embargo, existían muchas trabas para lograr su sueño. ¿Creen que el robot logro tocar el violín

P47-52 era un robot muy especial. P47-52 no solo sabía hacer de todo, sino que era capaz de pensar. El famoso inventor Hugo Piensaengrande había conseguido dotar a su robot de inteligencia artificial.

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P47-52 era tan listo que por sí mismo había conseguido aprender a hablar, leer y escribir en varios idiomas, incluido en ruso y en chino. P47-52 también había aprendido a conducir, a cocinar y a muchas cosas más.

Un día, P47-52 escuchó en la televisión algo que despertó su curiosidad.

-Padre, ¿qué es eso que suena? -preguntó P47-52 a Hugo Piensaengrande.

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-Es música -contestó el inventor.

-Sí, eso lo sé. Pero, ¿qué instrumento está tocando el músico? -preguntó el robot.

-Es un violín -respondió el inventor.

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-Quiero aprender a tocar el violín -dijo P47-52.

-Está bien.Te compraré un violín -dijo el inventor.

Al día siguiente, Hugo Piensaengrande le llevó al robot lo que le había pedido. También le llevó varios libros y unos vídeos para que aprendiera, igual que había hecho otras veces en las que a Hugo se le había antojado aprender algo nuevo.

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Pasaban los días y Hugo no avanzaba con el violín. Por mucho que se esforzaba, de aquel instrumento solo conseguía arrancar sonidos que más parecían maullidos de gato enfadado que cualquier otra cosa que pudiera llamarse música.

-Tal vez deberías dejarlo, P47-52. Parece que el violín no es lo tuyo -le dijo un día el inventor al robot.

-Quiero tocar el violín. Y no voy a parar hasta que lo consiga -dijo el robot.

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-No recuerdo haberte programado para ser un cabezota -dijo el inventor.

El robot se quedó pensativo. Si su padre, el gran inventor, el que le había dado la vida, le decía que no podía tocar el violín tal vez fuera cierto. Entonces se le ocurrió una idea.

-¿Por qué no me programas para tocar el violín? -dijo el robot.

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-Eso no puedo hacerlo. Tocar el violín o cualquier otro instrumento musical es mucho más que tocar las notas que hay escritas en una partitura. También se necesita oído, sensibilidad, ritmo y otras cualidades…

-Humanas -le interrumpió el robot.

-Eso es, P47-52 -dijo el inventor-. El violín no es para ti.

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P47-52 se pasó las semanas siguientes viendo vídeos de violinistas y escuchando música, pero sin decir una sola palabra.

-¿Qué te pasa, P47-52? -preguntó el inventor.

-Estoy triste. Quiero tocar el violín, pero tú dices que no puedo. Me siento un inútil -dijo el robot.

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-No digas tonterías. Eres un robot, no puedes tener sentimientos -dijo el inventor-. Además, no eres un inútil. Puedes hacer otras muchas cosas.

-Tal vez creas que como mi inteligencia es artificial no puedo sentir. Pero sí siento. Tal vez para ti sean sentimientos artificiales, pero para mí no lo son.

El robot que quería tocar el violín. El inventor se quedó con la boca abierta.

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-Voy a investigar una cosa.

Unos minutos después, Hugo Piensaengrande volvió al lugar donde había dejado al robot.

-He hecho cálculos nuevos y, ¿sabes una cosa? Creo que puedo modificar tu software para que puedas tocar el violín.

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P47-52 se puso muy contento.

-Gracias, padre.

Ese mismo día, Hugo Piensaengrande hizo lo prometido P47-52 retomó sus prácticas con el violín. Y no solo consiguió sacar buen sonido a su violín, sino que se convirtió en un verdadero maestro.

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Años después, el robot preguntó al inventor:

-Padre, ¿qué modificación hiciste en mi software para que pudiera tocar el violín?

-Ninguna, P47-57.

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-Entonces, ¿qué ha pasado?

-Solo necesitabas creer en ti mismo y tener la suficiente fuerza de voluntad como para conseguir tus sueños.

Moraleja del robot que quería tocar el violín: nunca abandones tus sueños, por más difícil que se pueda ver todo, lucha por alcanzarlos.

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El robot lazarillo

La siguiente fábula de robots narra la historia de Michael, un niño ciego que tenía un perro que lo guiaba. Sin embargo, ese perro siempre le causaba alergias.

Es así como sus padres deciden comprarle un robot lazarillo, para que lo acompañe a todos lados, y lo ayude en sus necesidades.

Sin embargo, el niño no estaba muy contento con la idea, y seguía pesando en su amigo peludo, que no iba a poder tocar más. ¿Qué creen que paso luego?

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Michael era un niño ciego. Cuando se hizo mayor sus padres llevaron a casa un perro lazarillo para que pudiera moverse solo por el pueblo, que era muy tranquilo. A Michael le encantó la idea de poder salir solo a comprar el pan, ir al colegio o pasear por el parque a escuchar el canto de los pájaros.

Pero cada vez que salía con su perro lazarillo, Michael empezaba a estornudar y le lloraban los ojos.

– Eres alérgico a los perros -le dijo el médico-. Pero no te preocupes. Tengo la solución.

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– No quiero ninguna solución -dijo Michael. Quiero a mi perro.

Michael estaba encantado con su perro, y no quería separarse de él. No entendía qué era eso de la alergia. Además, prefería estar estornudando todo el día a quedarse sin su nuevo amigo.

El médico les habló a los padres de Michael de un prototipo de robot lazarillo que estaban diseñando en una estación espacial.

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– Mi hermano es el jefe del equipo -dijo el médico-. Le diré que pueden probar el modelo de robot lazarillo para niños con Michael, si os parece bien. El de adultos funcionar a las mil maravillas.

A los padres de Michael les pareció una idea fabulosa, aunque el niño no quería saber nada de aparatos raros de esos.

A los pocos días, el robot estaba en casa de Michael.

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– ¡No lo quiero! -dijo Michael.

El robot, que estaba allí, se puso a llorar.

– Robot quiere Michael -dijo el aparato, con voz metálica.

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– Pero si ni siquiera sabe hablar -se rió Michael.

– Robot aprender de Michael – dijo el robot.

– Sí, hombre, lo que me faltaba -dijo el niño.

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Entonces, el robot se sentó y se apagó.

– ¿Se ha estropeado? -preguntó Michael.

– Eso parece -dijeron sus papás.

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En ese momento, llegó el perro y le dio un lametazo al robot, que se encendió al instante.

– Tú no Michael – dijo el robot.

– ¡Guau! – ladró el perro.

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– ¡Guau! – repitió el robot

A Michael eso le encantó.

– ¡Qué chulo! -dijo Michael.

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Michael escuchó como su perro y el robot se hablaban, o más bien, se ladraban. Así que se acercó a disfrutar del juego con ellos.

-El robot lazarillo Robot querer amigos -dijo el robot.

– Michael también querer -dijo el niño, que se echó a reír por la gracia que le había hecho su propia broma.

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El robot también se rió con ganas. Y el perro parecía también muy contento.

– Robot tener sorpresa para Michael -dijo el robot.

– ¿De verdad? -preguntó el niño.

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– Michael no estornudar en todo rato con perro – dijo el robot

– ¡Es verdad! – dijo el niño-. ¿Cómo lo has conseguido?

– Robot diseño especial para Michael -dijo el robot.

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El robot estaba diseñado de tal manera que, cuando estaba presente, Michael era inmune a la alergia. Y así fue como Michael consiguió no separarse de su perro, tener un nuevo amigo y poder hacer cosas por sí mismo.

Moraleja del robot lazarillo: siempre se pueden buscar soluciones a los problemas, solo debes tener ingenio y buenos amigos.

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Un juguete para tres

Esta fábula de robots cuenta la historia de tres hermanos, Jesús, Juan y Javier, estos hermanos se querían mucho, pero nunca compartían sus juguetes, cada uno tenía los suyos y no se metían con los juguetes de los demás.

Cierto día en una tienda de juguetes colocaron un sorprendente robot que los tres niños querían, pero sus padres al ir a comprar los tres, solo encontraron uno.

Entonces decidieron hacer un juego, y el que ganara se quedaría con el robot. El juego consistía en encontrar un objeto que habían escondido, y a cada niño le dieron pistas diferentes. ¿Quién creen que gano el robot?

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Había una vez tres hermanos llamados Jesús, Juan y Javier. Los tres se querían mucho, pero no compartían nunca sus juguetes. Cada uno tenía los suyos y no los ponían en común para jugar.

Un día, en el escaparate de la tienda de juguetes, el dueño colocó un robot increíble del que se enamoraron Jesús, Juan y Javier en cuanto lo vieron. Rápidamente fueron a pedírselo a sus padres. Pero cuando estos fueron a comprar tres, uno para cada uno, resultó que en la tienda solo había uno. De modo que los padres de los chicos lo compraron y pensaron que tendrían que hacer algo para elegir quien se lo quedaba.

Cuando llegaron a casa les dijeron:

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– Haremos un juego y el que gane se quedará con el robot – dijo la madre de los tres niños.

– El juego consiste en encontrar un objeto que hemos escondido. Para ello, cada uno de vosotros tendrá una pista diferente – dijo el padre mientras les entregaba un sobre a cada uno.

Los tres hermanos se fueron a un lugar apartado a leer cada uno su pista. Tras horas de búsqueda acabaron los tres en el parque, justo en el mismo sitio. Jesús, Juan y Javier se miraron fijamente, pero no se dijeron nada. Tras unos minutos de incertidumbre volvieron cada uno a sus pistas.

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Pero la búsqueda fue completamente infructuosa y, tras dar vueltas y más vueltas, volvieron sin darse cuenta al mismo lugar donde se habían encontrado. Jesús, el mayor, fue el primero en hablar:

– Tal vez deberíamos abandonar la búsqueda.

Juan, el hermano mediano, que también estaba cansado, asintió:

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– Está claro que no lo encontraremos nunca.

Pero Javier, el pequeño, no se había dado por vencido, y tuvo una idea.

– ¿Y si compartimos las pistas y buscamos el objeto escondido entre todos?

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Jesús y Juan se miraron y respondieron a la vez, como si sus mentes se hubieran sincronizado de repente:

– ¡Ya! Y luego, ¿quién se queda el robot?

– Lo podemos compartir y jugar todos juntos – contestó el pequeño Javier.

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Pero Jesús y Juan no estaban muy convencidos.

-Un juguete para tres Es mejor tener un robot para todos que no tener ninguno, ¿no os parece?

– La verdad es que este enano tiene razón – dijo Jesús.

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– Sí, estoy de acuerdo – añadió Juan.

– Entonces, vamos a compartir nuestras pistas – dijo Javier muy decidido.

Cuando pusieron las papeles en el centro para intentar descifrar las pistas se dieron cuenta de que eran pistas complementarias. En pocos minutos encontraron el objeto escondido, que no era otro que el robot que tanto querían los tres.

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– Pues sí que es extraordinario este juguete – dijo Juan -. Ha conseguido que nos pongamos los tres de acuerdo.

Desde ese día Jesús, Juan y Javier comparten mucho más que aquel juguete, porque han aprendido que es mucho más divertido jugar juntos compartiendo sus juguetes que hacerlo solos

Moraleja de un juguete para tres: compartir es uno de los valores más importantes en la vida. Aprende a compartir para que tu vida sea más alegre

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