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+10 Poemas de José Lezama Lima ¡Estilo barroco!

Poemas de José Lezama Lima
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¿Quién fue José Lezama Lima? Fue un escritor cubano que aunque se dedicó sobre todo a la poesía y al ensayo, se le recuerda sobre todo por su faceta de novelista.

Según el periódico español el mundo, es considerado uno de los autores más importantes de su país y de la literatura hispanoamericana.

Especialmente por su novela Paradiso, una de las obras más importantes en la lengua castellana y una de las cien mejores novelas del siglo XX en ese idioma.

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De estilo barroco, y considerado uno de los autores más importantes de la literatura hispanoamericana, ha influido en una gran cantidad de escritores de su época y posteriores.

Nació en el Campamento de Columbia, cerca de La Habana, donde su padre era coronel. En toda su vida sólo abandonó la isla durante dos breves estancias en México y Jamaica.

El año 1937 fue especialmente significativo para Lezama, ya que publicó su primer poema de repercusión, Muerte de Narciso, y conoció a Juan Ramón Jiménez, con quien forjó amistad.

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Los principales amigos y compañeros de ruta de Lezama por entonces fueron Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y O. Smith.

Además del también poeta y sacerdote español Ángel Gaztelu, que influyó enormemente en su formación espiritual.

Aparte de este y otros grupos minoritarios que frecuentó en distintos períodos, la vida de Lezama nunca tuvo una gran resonancia pública, ni antes ni después de la Revolución, a causa de su singularidad y de una precaria salud que colaboraba a su aislamiento.

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Hoy conoceremos los poemas de José Lezama Lima seguramente te encantarán.

Poemas de José Lezama Lima cortos

Lezama vivió plenamente entregado a los libros, a la lectura y a la escritura.

Por lo que respecta a su poesía, no se alteró especialmente en la forma ni el fondo con la llegada de la Revolución cubana, y se mantuvo como una suerte de monumento solitario difícilmente catalogable.

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Aquí te dejamos algunos poemas de José Lezama Lima cortos para conocer más a fondo el estilo cautivador del escritor cubano.

Poemas de José Lezama Lima cortos y cautivadores

Ah, que tú escapes

A lo que a José Lezama Lima se refiere, muchos poetas y narradores posteriores a ese período siguen admitiendo la influencia significativa que la propuesta del maestro ha tenido en su obra, así como lo podemos ver en este primer poema de José Lezama Lima.

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.

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Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.

Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:

antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.

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Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.

Cuerpo desnudo

La poesía desde tiempos remotos ha sido considerada como el máximo elemento de expresión humana.

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Debido a que a través de ella podemos comunicar todo tiempo de sentimientos y pensamiento, y el amor, la tristeza, la muerte y la pasión son los temas más frecuentes en la poesía moderna.

Este poema de José Lezama Lima hace referencia a la pasión, pero no esa que se siente durante el proceso por lograr sus metas y objetivos, más bien a la que se desata al ver un cuerpo desnudo.

Cuerpo desnudo en la barca.
Pez duerme junto al desnudo
que huido del cuerpo vierte
un nuevo punto plateado.

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Entre el boscaje y el punto
estática barca exhala.
Tiembla en mi cuello la brisa
y el ave se evaporaba.

El imán entre las hojas
teje una doble corona.
Sólo una rama caída

ilesa la barca escoge
el árbol que rememora
sueño de sierpe a la sombra.

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Caída la hoja miro…

Los poetas a lo largo de la historia han logrado encontrar inspiración en los pequeños detalles que nos ofrece la vida misma.

Uno de los más frecuentes son los que provienen de la naturaleza, como el sol, el mar, las flores o las hojas de los árboles, como es el caso de este poema de José Lezama Lima.

Caída la hoja miro,
ya que tu olvido decrece
la calidad del suspiro
que firme en la voz se mece.

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La sombra de tu retiro
no a la noche pertenece,
si insisto y la sombra admiro
tu ausencia no viene y crece.

La sustancia del vacío
sólo halla su concierto
elaborando el desvelo

que presagia el cuerpo yerto.
Diosa perdida en el cielo,
yo con el cuerpo porfío.

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El suplente

El talento para la escritura de José Lezama Lima es impresionante y sin duda alguna lo podemos ver evidenciado en este poema corto de su autoría.

Vendrá el suplente en agua a conversar.

Se dirigirá hacia el norte donde tejen,
desconocido llegará a los que lo protegen.

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Se arrancará su diente y a sembrar.

Vendrá el suplente en vino a pelear,
esgrimirá la traílla en zumbido planetario,
tropezará con el estilo rufián del carbonario.

Se apretará el chaleco y a bromear.

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Los dos suplentes no se encontrarán en la escalera
aunque dejarán sus huellas en el molde de cera,
al mismo tiempo se taparán con las dos hojas de la puerta.

No se saludarán al valsar los largos corredores,
pero se embriagarán con los mismos escanciadores.

Ya llega el otro suplente para tirar del rabo de la puerca.

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La noche va a la rana de sus metales…

José María Andrés Fernando Lezama Lima fue un poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano, y como todo buen literato, la creatividad fue uno de sus fuertes.

Como lo podemos ver claramente en este poema de José Lezama Lima.

La noche va a la rana de sus metales,
palpa un buche regalado para el palpo,
el rocío escuece a la piedra en gargantilla
que baja para tiznarse de humedad al palpo.

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La rana de los metales se entreabre en el sillón
y es el sillón el que se hunde en el pozo hablador.
el fragmento aquel sube hasta el farol
y la rana, no en la noche, pega su buche en el respaldo.

La noche rellenada reclama la húmeda montura,
la yerba baila en su pequeño lindo frío,
pues se cansa de ser la oreja no raptada.

la hoja despierta como oreja, la oreja
amanece como puerta, la puerta se abre al caballo.
Un trotito aleve, de lluvia, va haciendo hablar las yerbas.

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Poemas de José Lezama Lima inspiradores y únicos

A pesar de que sólo se fue de Cuba en dos ocasiones parte de su poesía y sus ensayos y dos de sus novelas dibujan imágenes e ideas de casi todas las culturas del mundo y de todos los períodos históricos.

Además el estilo barroco que forjó en su obra estuvo influenciado por Luis de Góngora y Argote, un poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro.

Máximo exponente de la corriente literaria conocida más tarde, y con simplificación perpetuada durante siglos, como culteranismo o gongorismo, cuya obra será imitada a lo largo de los siglos en Europa y América.

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+10 Poemas de José Lezama Lima cautivadores

La carrera literaria de Lezama Lima comenzó cuando publicó un largo poema titulado «Muerte de Narciso», con tan solo veintisiete años que le trajo el reconocimiento nacional y marcó las pautas de lo que sería su estilo bien forjado y su temática clásica.

Ahora es tiempo de conocer más a fondo el estilo de los poemas de José Lezama Lima.

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Rueda el cielo

En este poema de José Lezama Lima podemos ver como el escritor lograba componer maravillosas obras a partir de un detalle tan simple como es el cielo.

Pues a pesar de que muchos escritores hayan creado obrar en torno a este elemento, el poeta le agrega su toque original.

Rueda el cielo -que no concuerde
su intento y el grácil tiempo-
a recorrer la posesión del clavel
sobre la nuca más fría
de ese alto imperio de siglos.

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Rueda el cielo -el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el río
a decir su imagen clara.
Su imagen clara.

Va el cielo a presumir
-los mastines desvelados contra el viento-
de un aroma aconsejado.

Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas,
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.

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Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido.

Brillando oscura la más secreta piel conforme…

Este poema de José Lezama Lima, describe elementos apasionados y románticos dignos de la poesía y perfectos para darle un toque de romanticismo a nuestras vidas.

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Brillando oscura la más secreta piel conforme
a las prolijas plumas descaradas en ruido
lento o en playa informe, mustio su oído
doblado al viento que le crea deforme.

Perfilada de acentos que le burlan movedizos
el inútil acierto en sobria gruta confundido grita,
jocosa llamarada -nácar, piel, cabellos- extralimita
el borde lloviznado en que nadan soñolientos rizos.

¿Te basta el aire que va picando el aire?
El aire por parado, ya por frío, destrenza tus miradas
por el aire en cintas muertas, pasan encaramadas
porfías soplando la punta de los dedos al desgaire.

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El tumulto dorado -recelosa su voz- recorre por la nieve
el dulce morir despierto que emblanquece al sujeto cognoscente.
Su agria confesión redorada dobla o estalla el más breve
marfil; ondulante de párpados rociados al dulzor de la frente.

Ceñido arco, cejijunto olvido, recelosa fuente halago.
Luz sin diamante detiene al ciervo en la pupila,
que vuela como papel de nieve entre el peine y el lago.
Entre verdes estambres su dardo el oído destila.

Cazadora ceñida que despierta sin voz, más dormidos metales,
más doblados los ecos. Se arrastra leve escarcha olvidada
en la líquida noche en que acampan sus dormidos cristales,
luz sin diamante al cielo del destierro y la ofrenda deseada.

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El piano vuelve a sonar para los fantasmas sentados
al borde del espacio dejado por una ola entre doble sonrisa.
La hoja electrizada o lo que muere como flamencos pinchados
sobre un pie de amatista en la siesta se desdobla o se irisa.

No hay más que párpados suaves o entre nubes su agonía desnuda

Desnudo el mármol su memoria confiesa o deslíe la flor de los timbres,
mármol heridor, flor de la garganta en su sed ya
despunta o se rinde en acabado estilo de volante dolor.

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Oh si ya entre relámpagos y lebreles tu lengua se acrecienta
y tu espada nueva con nervios de sal se humedece o se arroba.
Es posible que la lluvia me añore o entre nieves el dolor no se sienta
si el alcohol centellea y el canario sobre el mármol se dora.

El aire en el oído se muere sin recordar
el afán de enrojecer las conchas que tienen las hilanderas.
Al atravesar el río, el jazmín o el diamante, tenemos que llorar
para que los gusanos nieven o mueran en dos largas esperas.

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El abrazo

El abrazo es una de las necesidades humanas más importantes en nuestra interacción con los demás.

Desde el punto de vista científico, los abrazos y el contacto físico en general, disminuyen la producción de cortisol, que es responsable del estrés y favorecen la producción de serotonina y dopamina, responsables de la sensación de bienestar y tranquilidad.

Con este poema de José Lezama Lima, podemos conocer qué piensa el autor de este hecho necesario en la vida humana y sus interacciones en la sociedad.

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Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.

Saben que hay un momento
en que los pellizcará una sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.

La respiración desconocida
de lo otro, del cielo que se inclina
y parpadea, se rompe
muy despacio esa cáscara de huevo.

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La mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace en ellos otro temblor,
el invisible, el intocable, el que está ahí,
grande como la casa, que es otro cuerpo
que contiene y luego se precipita
en un río invisible, intocable.

Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
a la tierra descifrada,
están ahora en el cuerpo sellado.

Comienza apoyándose enteramente,
un cuerpo oscuro que penetra
en la otra luz
que se va volviendo oscura
y que es ella ahora la que comienza
a penetrar.

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Lo oscuro húmedo que desciende
en nuestro cuerpo.

Tiemblan como la llama
rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
La penetración en lo oscuro,
pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
después luminoso
como los ojos acabados de nacer,
cuando comienzan su victoriosa aprobación.

La mano no está ya en el otro hombro.
Se establece otro puente
que respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya los dos cuerpos desaparecen,
es la gran nebulosa oscura
que apuntala su aspa de molino.

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Los dos cuerpos giran
en la rueda de volantes chispas.
Como después de una lenta y larga nadada,
reaparecen los cabellos llenos de tritones.

Miramos hacia atrás separando el oleaje
Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.

Los dos cuerpos desparecen
en un punto que abre su boca.
Lo húmedo, lo blando,
la esponja infinitamente extensiva,

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responden en la puerta,
abrillantada con ungüentos
de potros matinales
y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.

El dolmen que regala los dones
en la puerta aceitada,
suena silenciosamente su madera vieja.
Los dos cuerpos desaparecen
y se unen en el borde de una nube.

La manta, la lechuza marina,
seca el sudor estrellado
que los cuerpos exhalan en la crucifixión.

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El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y decrecen con la media luna
y el incendio del azufre solar.

Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.

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Lo inaudible

Nuevamente la naturaleza aparece para ayudar al autor a componer otro de sus maravillosos poemas, y es que en este caso el autor describe como en los pequeños detalles esta la clave de la vida.

Es inaudible,
no podremos saber si las hojas
se acumulan y suenan al encaramarse
la mirona lagartija sobre la hoja.

Nos roza la frente
y creemos que es un pañuelo
que nos está tapando los ojos.

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El oro caminaba
después hacia la hoja
y la hoja iba hacia la casa
vacía del otoño, donde lo inaudible
se abrazaba con lo invisible
en un silencioso gesto de júbilo.

Lo inaudible
gustaba del vuelo de las hojas,
reposaba entre el árbol inmóvil
y el río de móvil memoria.

Mientras lo inaudible lograba
su reino, la casa oscilaba,
pero su interior permanecía intocable.

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De pronto, una chispa
se unió a lo inaudible
y comenzó a arder escondido
debajo del sonido facetado del espejo.

La casa recuperó su movilidad
y comenzó de nuevo a navegar.

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Octavio Paz

Este poema de José Lezama Lima esta dedicado al también escritor y poeta, ensayista, dramaturgo y diplomático mexicano, quien obtuvo el premio Nobel de literatura en 1990 y el premio Cervantes en 1981.

En el chisporreo del remolino
el guerrero japonés pregunta por su silencio,
le responden, en el descenso a los infiernos,
los huesos orinados con sangre
de la furiosa divinidad mexicana.

El mazapán con las franjas del presagio
se iguala con la placenta de la vaca sagrada.
El pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta
y la convierte en un caracol sangriento.

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En Río el carnaval tira de la soga
y aparecemos en la sala recién iluminada.

En la Isla de San Luis la conversación,
serpiente que penetra en el costado como la lanza,
hace visible las farolas de la ciudad tibetana
y llueve, como un árbol, en los oídos.

El murciélago trinitario,
extraño sosiego en la tau insular,
con su bigote lindo humeando.
Todo aquí y allí en acecho.

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Es el ciervo que ve en las respuestas del río
a la sierpe, el deslizarse naturaleza
con escamas que convocan el ritmo inaugural.

Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.
La voz ordenando con la máscara a los reyes de Grecia,
la sangre que no se acostumbra a la tenaza nocturnal
y vuelve a la primigenia esfera en remolino.

El sacerdote, dormido en la terraza,
despierta en cada palabra que flecha
a la perdiz caída en su espejo de metal.

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El movimiento de la palabra
en el instante del desprendimiento que comienza
a desfilar en la cantidad resistente,
en la posible ciudad creada
para los moradores increados, pero ya respirantes.

Las danzas llegaron con sus disfraces
al centro del bosque, pero ya el fuego
había desarraigado el horizonte.

La ciudad dormida evapora su lenguaje,
el incendio rodaba como agua
por los peldaños de los brazos.

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La nueva ordenanza indescrifrable
levantó la cabeza del náufrago que hablaba.
Sólo el incendio espejeaba
el tamaño silencioso del naufragio.

El nueve de agosto de 1976 perdimos todos la posibilidad de que José Lezama Lima siguiese dándonos su obra.

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Perdimos a uno de los pocos hombres que poseía en castellano los secretos de una profunda cultura, y sabía transmitirlos.

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