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+9 Poemas de José Zorrilla ¡Patriota y amante!

Poemas de José Zorrilla
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¿Quién fue y que hizo José Zorrilla? Patriota, católico y amante de la tradición, José Zorrilla dio al romanticismo español un sello nacional y castizo.

Su obra carece de intimidad y no plantea problemas ideológicos; aspira a las grandes artes.

Describe la España caballeresca del ayer, poblada de nobles capitanes, moros galantes y encantadas princesas, convencionales siempre.

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Zorrilla no sólo se destaco en la poesía también escribió cuentos, leyendas y sonetos, la mayoría de ellos de composiciones extensas en los que predomina la fantasía dele escritor y su enorme sentido del misterio.

Como ya lo habíamos mencionado sus letras quedaron inscritas dentro del romanticismo como todo un clásico de la literatura de su país.

Por esta misma razón hoy recordaremos algunos de sus poemas más interesantes.

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¿Quien fue José Zorrilla?

José Zorrilla nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817. En 1833 ingresó en la Universidad de Toledo como estudiante de leyes, sin embargo diferentes hechos lo obligaron a abandonar sus estudios.

Comenzó a cobrar fama como escritor tras leer unos versos suyos en el entierro de Mariano José de Larra en 1837. Posterior mente ocupó el cargo de éste en la redacción de El Español.

Escribió numerosas leyendas, en las que resucita a la España medieval y renacentista y que constituyen lo más perdurable de su producción.

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En 1837 Zorrilla inició su producción teatral con Vivir loco y morir más, y alcanzó su primer éxito con El zapatero y el rey.

En el año 1889 fue coronado como poeta laureado de España en Granada por el duque de Rivas en presencia de la reina regente Isabel II.

Poemas de José Zorrilla de estilo autentico

José Zorrilla es considerado como el principal representante del romanticismo medievalizante y legendario.

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Publicó sus primeros versos en el diario vallisoletano El Artista, manteniendo siempre vivo su estilo marcado por la plasticidad y la musicalidad.

+9 Poemas de José Zorrilla ¡Patriota y amante!

Un poderoso sentido del misterio y de la tradición también es característico del estilo literario del poeta.

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Que compuso obras desiguales en las que se puede apreciar algunas muy inspiradas y otras verbosa con falta de ideas concretas.

Sin embargo, a pesar de la desigualdad de su obra, esta se destaca por ser orgullosamente espontánea, libre y desenvuelta.

Corriendo van por la vega

La mejor manera de iniciar este recorrido por los poemas de José Zorrilla, es con este que es quizás uno de los más populares, el mítico Oriental que casi todos los españoles han recitado alguna vez.

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Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.

Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:

“Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.

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Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,

y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.

Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mío.

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Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.

Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.

Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.

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Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.

Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de cachemira chales.

Y te daré blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.

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Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios…¡amor!

“¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?

Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada”

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Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:

“Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,

y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros”

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Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

Tarde de otoño

Los elementos naturales, las estaciones del año incluso los ritma de la vida cotidiana son de inspiración para grandes compositores.

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En el caso de José Zorrilla estos elemento también forman parte de su motor inspirador.

En este poema de José de Zorrilla,  destacan los elementos naturales pero siempre manteniendo el estilo único que caracteriza al autor.

Ya viene el revuelto otoño
Recogiendo frasco y flores;
Pasó el sol con sus calores,
Y alumbra al fin otro sol;

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Pasaron las alboradas
Deliciosas de la aurora,
Que el horizonte colora
De purpurino arrebol.

Pasaron las noches claras
De la luna y los jardines;
Las noches de los festines
Tras el otoño vendrán.

Pasó el tiempo de las citas
A deshora entre las rejas,
Los cuidados de las viejas,
De las niñas el afán.

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Pasaron las serenatas
Debajo de los balcones,
Las rondas y las canciones
Del mancebo emprendedor.

Todo es ya triste: la tierra
Pierde su brillante aliño,
Y el amor, que es pobre y niño,
Alivio busca al calor.

Mas si se envuelve la noche
Entre su sombra importuna,
Si pierde su blanca luna
Y sus horas de placer;

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Si pierde la fresca aurora
Sus aromas y sus flores,
Sus nubes de cien colores,
S a aureola de rosicler;

Le que la en cambio a la tarde
Todo el encanto del día,
Y henchida de su armonía
Sale el sol a despedir.

Bella es la tarde que baja
Por el rosado Occidente,
Y se apaga lentamente
Para volver a lucir.

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Es púrpura el horizonte,
Y el firmamento una hoguera,
Es oro la ancha pradera,
La ciudad, el río, el monte.

Rey de los astros, el sol,
Del regio trono al bajar,
Su pompa querrá ostentar
En su manto de arrebol.

Por eso suspenso está
De su reino a la salida,
Jurando a su despedida
Que mañana volverá.

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Banda de nubes de grana,
Que con sus reflejos tiñe,
Flotando en torno le ciñe
Como turba cortesana.

Ráfagas mil que se cruzan,
Filigrana de la tarde,
El sol que a su espalda arde
En colores desmenuzan.

Y al hundirse en Occidente
Partida en muchas la llama,
Por el cielo se derrama
Fosfórica y transparente.

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Es la postrera sonrisa
Del bello día que acaba,
Que de esa luz arrancaba
Su fresca ondulante brisa.

La fresca brisa que asoma
Por sobre la roca calva,
Remedio de la del alba
En frescura y en aroma.

A su venida, tardías
Cierran su cáliz las flores,
Y trinan los ruiseñores
Sus postreras armonías.

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Se les va buscar la sombra
Entre las desnudas ramas,
Porque sus hojas de escamas
Sirven al suelo, o de alfombra.

Que ya el inconstante viento
Del otoño que aparece,
En los árboles se mece
Con brusco sacudimiento.

Flor, pronto inútil y sola,
En vez de la que él deshizo,
Orlará el campo pajiza
La purpurina amapola.

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Brezos y arbustos impuros
De la montaña en la falda,
Vestirán su áspera espalda
Con sus matices obscuros.

Grupos de nubes perdidos
Como fantasmas deformes,
Traen en sus pliegues enormes
Vientos de invierno escondidos.

El árbol en largas hebras
Hiende sus cortezas vanas,
Y anuncian lluvias lejanas
Las rastras de las culebras.

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Da el cuervo al aire su vuelo,
Graznidos a su garganta;
Rey del viento, se levanta
Entre la tierra y el cielo.

Se oye de algunas palomas
Perdido el último arrullo,
De alguna fuente el murmullo
Que entre los juncos asoma.

Queda el mundo en soledad;
Y en el aire alzan su imperio
Da las sombras el misterio,
Y el humo de la ciudad.

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Oriental

El amor hace que las personas hagan cosas imaginables, en este poema de José Zorrilla son descritas situaciones en las que se demuestra hasta donde estaba dispuesto de llegar con la mujer amada.

Es nada más y nada menos que un hermosos poema romántico ideal para dedicar a demás deja abierta a la imaginación así que ¿hasta donde estas dispuesto a llegar por amor?

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Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.

Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.

Diera la fiesta de toros,
y si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.

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Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera… ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.

Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.

Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos…
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.

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De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana…
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.

¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,

en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!

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Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.

Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.

Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.

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Misterio

Este poema de José Zorrilla viene con dedicatoria incluida, pues no fue un simple escrito dedicado a la vida, este fue escrito en nombre del también escritor romántico y libretista español Antonio García Gutiérrez.

A mi amigo D. Antonio García Gutiérrez.

¡Ay! Aparta, falaz pensamiento,
Que eterno en el alma bulléndome estás,
Falsa luz que al impulso del viento,
En vez de guiarme perdiéndome vas.

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Tras de ti por las sombras camino,
Ni noche ni día descanso tras ti;
Es seguirte tal vez mi destino,
Y acaso es el tuyo guardarte de mí.

Misteriosa visión de mi vida,
Más vaga que el caos en forma y color,
Te comprendo en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

Ya tu blanda amorosa sonrisa
Me presta esperanza, me aviva la fe;
Cual flor eres que aroma la brisa
Y en seco desierto olvidada se ve

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Ya tu imagen sombría y medrosa
Me ciega y me arrastra en su curso veloz,
Como nube que rueda espantosa
En brazos del viento al compás de su voz.

Ya cual ángel de paz te contemplo,
Y ya cual fantasma sangrienta y tenaz;
En el valle, en la roca, en el templo,
Te alcanzo a lo lejos hermosa y fugaz.

Por doquiera te encuentran mis ojos;
No miro ni tengo más rumbo doquier,
Ya te muestres preñada de enojos,
Fantasma enemiga o risueña mujer.

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Yo no sé de tu esencia el misterio,
Tu nombre y tu vago destino no sé,
Ni cuál es tu ignorado hemisferio,
Ni adónde perdido siguiéndote irá.

Mas no encuentro otro fin a mi vida,
Más paz, ni reposo, ni gloria que tú,
Que en el cóncavo espacio perdida,
Tu alcázar es su ancho dosel de tisú.

Por su rica región las estrellas
A veces brillante camino te dan,
Y otras veces tus místicas huellas
Por mares de sombras perdiéndose van.

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Una brisa en las ramas sonando,
Que dice tu nombre imagino tal vez,
Y un relámpago raudo pasando,
Tu forma me muestra en fatal rapidez.

Yo, postrado al mirarte de hinojos,
Doquier que apareces levanto un altar,
Y arrasados en llanto los ojos,
Tal vez insensato te voy a adorar.

Mas al ir a empezar mi conjuro,
Mi torpe blasfemia o mi casta oración,
El Oriente en su cóncavo impuro.
Me sorbe irritado mi blanca visión.

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Y tu imagen me queda en la mente
Informe, insensible, cual bulto sin luz
Que se crea el temor de un demente,
De lóbrega noche entre el negro capuz.

Sueño, estrella o espectro, ¿quién eres?
¿Qué buscas, fantasma, qué quieres de mí?
¿No hay sin ti ni dolor ni placeres?
¿No hay lecho, ni tumba, ni mundo sin ti?

¿No hay un hueco do esconda mi frente?
¿No hay venda que pueda mis ojos cegar?
¿No hay beleño que aduerma mi mente,
Que hierve encerrada de sombra en un mar?…

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¡Oh! Si gozas de voz y de vida,
Si tienes un cuerpo palpable y real,
Deja al menos, fantasma querida,
Que goce un instante tu vista inmortal.

Dame al menos un sí de esperanza,
Alguna sonrisa, fugaz serafín,
Con que espere algún día bonanza
El golfo del alma que bulle sin fin.

Mas si es sólo ilusión peregrina
Que el ánima ardiente soñando creó,
¡Ay! deshaz esa sombra divina
Que viene conmigo doquier que voy yo.

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Sí, deshazla, que en vano la miro
En torno a mis ojos errante vagar,
Si cual débil y triste suspiro
Se pierde en los vientos al irla a abrazar.

Sí, deshazla, que torpe mi mano,
Su mano en la sombra jamás encontró,
Ni el más flébil lamento liviano,
Avaro en mi oído su labio posó.

Muere al fin, ¡oh visión de mi vida!
Más vaga que el caos en forma o color,
A quien siento en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

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Mas ¿qué fuera del triste peregrino
Que cruzando sediento el arenal
No encontrara jamás en su camino
Mansa sombra ni fresco manantial?

De esta vida en la noche tormentosa,
¿Qué rumbo ni qué término seguir?
Sin tu vaga presencia misteriosa,
Sin tu blanca ilusión, ¿cómo vivir?

Abriéranse mis ojos a mirarte,
Mis oídos tus pasos a escuchar,
Y al fin, desesperados de encontrarte,
Tornáranse en tinieblas a cerrar.

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Despertara en la noche solitaria
De tus palabras al fingido son,
Y sólo respondiera a mi plegaria
El latido del triste corazón.

¡Sombra querida, sin cesar conmigo
Mis lentas horas hechizando ven,
Y el desierto arenal será contigo,
Huerto frondoso y perfumado Edén!

No expires, misterioso pensamiento
Que dentro oculto de mi mente vas,
Aunque no alcance el corazón sediento
Tu tanta esencia a comprender jamás.

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No sepa nunca tu verdad dudosa;
Vélame, si lo quieres, tu razón;
Disípate a lo lejos vagarosa,
Mas sé siempre mi cándida ilusión.

Al fin sabré que junto a ti respiro,
Que estás velando junto a mí sabré,
Y que aun brilla oscilando en lento giro
La consumida antorcha de mi fe.

¿Qué me importa tu esencia ni tu nombre,
Genio hermoso, o quimérica ilusión,
Si en esta soledad, cárcel del hombre,
Dentro de ti te guarda el corazón?

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¿Qué me importa jamás saber quién eres,
Astro de cuya luz gozando voy,
Término de mi afán y mis placeres,
Dios que sin fin idolatrando estoy?

Quienquier que seas, vano pensamiento,
Mujer hermosa que soñando vi,
O recuerdo o tenaz remordimiento,
Ni un solo instante viviré sin ti.

Si eres recuerdo endulzarás mi vida,
Si eres remordimiento te ahogaré,
Si eres visión te seguiré perdida,
Si eres una mujer yo te amaré.

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Poemas de José Zorrilla, breves

Mientras la mayoría de los románticos españoles tuvo en su juventud una orientación neoclásica, maestros o modelos como Quintana y Lista.

Zorrilla por su parte, se formó ya leyendo al duque de Rivas y a Espronceda, por quienes sintió admiración viva.

Lleno de fantasía desbordante y de sin igual facilidad para versificar, fue prototipo de los escritores españoles de su tiempo.

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Verbosos e indisciplinados, de atropelladas lecturas y de conocimientos limitados y un tanto superficiales.

Este escritor español cultivo todos los géneros en versos, levantó su pluma y compuso extraordinarias obras líricas, narrativa y dramáticas algunas de ellas recordadas como las mejores del siglo de oro.

Cristo legislador

No es un secreto para nadie que José de Zorrilla fue fiel creyente de la religión católica, a pesar de haber desarrollado algunas composiciones en tono de rebeldía.

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Como es el caso de este poema que mostraremos a continuación.

Cristo, legislador, no escribió nada;
ni papiro dejó ni un pergamino:
quedó tras Él su espíritu divino,
su fe con su memoria inmaculada.

Cristo, rey, no empuñó cetro ni espada;
en el polvo sembró de su camino
de su fe la semilla; a su destino
dejándola y al tiempo encomendada.

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Germen de amor, de paz, de fe y cariño,
culto del alma, religión interna,
de fausto exenta y de mundano aliño,
la propagó el amor, la amistad tierna,
la fe del pobre, la mujer y el niño:
y por eso es veraz, única, eterna.

En el álbum

El estilo del escritor se hace notar en cada una de sus composiciones, en este poema de José Zorrilla son descrito algunos elementos religiosos para dar vida un texto de calidad.

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No sé si por el valle de la vida
Cruzaré, fatigado peregrino,
Acabando cual flor que consumida,
Se seca entre los brezos de un camino.

No sé si en pos de inspiración ardiente,
Rico y sediento el corazón de gloria,
Lo cruzaré cual rápido torrente,
Rastro dejando de inmortal memoria.

Mas ya ruede cual hoja que arrebata
Sonante y revoltoso torbellino,
Ya baje como excelsa catarata,
Ufano con mi espléndido destino,

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Cuando al borde de tumba solitaria
Desparrame mis pobres pensamientos,
De mustias flores muchedumbre varia,
Secas entre mis últimos alientos,

Fiad, señora, que en tan triste lecho,
Siempre leal y generoso amigo,
Al ocupar mi cabezal estrecho,
Vuestra memoria dormirá conmigo.

Aparta de tus ojos la nube perfumada…

Nos topamos en esta oportunidad con un poema de José Zorrilla que expone las creencia religiosas a las que rendía fidelidad.

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Un hermosos texto que lleva bien marcado el estilo característico del escritor español, el mismo que le regalo la fama que hoy en día posee.

Aparta de tus ojos la nube perfumada
que el resplandor nos vela que tu semblante da,
y tiéndenos, María, tu maternal mirada,
donde la paz, la vida y el páramo está.

Tú, bálsamo de mirra; Tú, cáliz de pureza;
Tú, flor de paraíso y de los astros luz,
escudo sé y amparo de la mortal flaqueza
por la Divina Sangre del que murió en la Cruz.

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Tú eres, oh María!, un faro de esperanza
que brilla de la vida junto al revuelto mar,
y hacia tu luz bendita desfallecido avanza
el náufrago que anhela en el Edén tocar.

Impela, oh Madre augusta!, tu soplo soberano
la destrozada vela de mi infeliz batel;
enséñale su rumbo con compasiva mano,
no dejes que se pierda mi corazón en él.

A España Artística

En ocasiones resulta difícil encontrar un escritor de poesía que no haya dedicado su talento y compuesto textos a sus patria.

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Este es el caso de este poema de José Zorrilla que plasma sentimientos patrióticos y nacionalista para exaltar a España.

¡Torpe, mezquina y miserable España,
Cuyo suelo, alfombrado de memorias,
Se va sorbiendo de sus propias glorias
Lo poco que ha de cada ilustre hazaña:

Traidor y amigo sin pudor te engaña,
Se compran tus tesoros con escorias,
Tus monumentos ¡ay! y tus historias,
Vendidos llevan a la tierra extraña.

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¡Maldita seas, patria de valientes,
Que por premio te das a quien más pueda
Por no mover los brazos indolentes!

¡Sí, venid ¡voto a Dios! por lo que queda,
Extranjeros rapaces, que insolentes
Habéis hecho de España una almoneda!

Poema de José Zorrilla de varias estrofas

En la vida de José Zorrilla existes tres elementos fundamentales de gran interés y claves para comprender la orientación que éste brindo a sus obras más sonadas.

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En primer lugar, se encuentra la relación con su padre. En segundo, está vinculado a la figura femenina, siendo su temperamento sensual y su admiración por las mujeres el centro de sus ideas.

+9 Poemas de José Zorrilla ¡Patriota y amante!

Y finalmente, la salud del escritor en sus últimos días se posiciona como el tercer elemento que marcó su obra.

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Siendo la fantasía desbordante y el misterio dos aspectos que señalan la evolución de la enfermedad que lo llevaría a la muerte.

A buen juez mejor testigo

Una composición poética del escritor español de extensión larga cuenta con varias estrofas y trasmite un mensaje reflexivo.

I

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Entre pardos nubarrones
pasando la blanca luna,
con resplandor fugitivo,
la baja tierra no alumbra.

La brisa con frescas alas
juguetona no murmura,
y las veletas no giran
entre la cruz y la cúpula.

Tal vez un pálido rayo
la opaca atmósfera cruza,
y unas en otras las sombras
confundidas se dibujan.

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Las almenas de las torres
un momento se columbran,
como lanzas de soldados
apostados en la altura.

Reverberan los cristales
la trémula llama turbia,
y un instante entre las rocas
riela la fuente oculta.

Los álamos de la Vega
parecen en la espesura
de fantasmas apiñados
medrosa y gigante turba;

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y alguna vez desprendida
gotea pesada lluvia,
que no despierta a quien duerme,
ni a quien medita importuna.

Yace Toledo en el sueño
entre las sombras confusa,
y el Tajo a sus pies pasando
con pardas ondas lo arrulla.

El monótono murmullo
sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
hirviera del mar la espuma.

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¡Qué dulce es dormir en calma
cuando a lo lejos susurran
los álamos que se mecen,
las aguas que se derrumban!

Se sueñan bellos fantasmas
que el sueño del triste endulzan,
y en tanto que sueña el triste,
no le aqueja su amargura.

Tan en calma y tan sombría
como la noche que enluta
la esquina en que desemboca
una callejuela oculta,
se ve de un hombre que guarda
la vigilante figura,
y tan a la sombra vela
que entre las sombras se ofusca.

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Frente por frente a sus ojos
un balcón a poca altura
deja escapar por los vidrios
la luz que dentro le alumbra;

mas ni en el claro aposento,
ni en la callejuela oscura
el silencio de la noche
rumor sospechoso turba.

Pasó así tan largo tiempo,
que pudiera haberse duda
de si es hombre, o solamente
mentida ilusión nocturna;

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pero es hombre, y bien se ve,
porque con planta segura,
ganando el centro a la calle,
resuelto y audaz pregunta:

«¿Quién va?», y a corta distancia
el igual compás se escucha
de un caballo que sacude
las sonoras herraduras.

«¿Quién va?», repite, y cercana
otra voz menos robusta
responde: «Un hidalgo, ¡calle!»
Y el paso el bulto apresura,

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«Téngase el hidalgo», el hombre
replica, y la espada empuña.
«Ved más bien si me haréis calle,
repitieron con mesura,
que hasta hoy a nadie se tuvo
Iván de Vargas y Acuña.»

«Pase el Acuña y perdone»,
dijo el mozo en faz de fuga,
pues, teniéndose el embozo,
sopla un silbato y se oculta.

Paró el jinete a una puerta,
y con precaución difusa
salió una niña al balcón
que llama interior alumbra.

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«¡Mi padre!», clamó en voz baja,
y el viejo en la cerradura
metió la llave pidiendo
a sus gentes que le acudan.

Un negro por ambas bridas,
tomó la cabalgadura,
cerróse detrás la puerta
y quedó la calle muda.

En esto desde el balcón,
como quien tal acostumbra,
un mancebo por las rejas
de la calle se asegura.

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Asió el brazo al que apostado
hizo cara a Iván de Acuña,
y huyeron en el embozo
velando la catadura.

II

Clara, apacible y serena
pasa la siguiente tarde,
y el sol tocando su ocaso
apaga su luz gigante;

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se ve la imperial Toledo
dorada por los remates
como una ciudad de grana
coronada de cristales.

El Tajo por entre rocas
sus anchos cimientos lame,
dibujando en las arenas
las ondas con que las bate.

Y la ciudad se retrata
en las ondas desiguales,
como en prendas de que el río
tan afanoso la bañe.

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A lo lejos en la Vega
tiende galán por sus márgenes,
de sus álamos y huertos
el pintoresco ropaje;

y porque su altiva gala
más a los ojos halague,
la salpica con escombros
de castillos y de alcázares.

Un recuerdo en cada piedra
que toda una historia vale,
cada colina un secreto
de príncipes o galanes.

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Aquí se bañó la hermosa
por quien dejó un rey culpable
amor, fama, reino y vida
en manos de musulmanes.

Allí recibió Galiana
a su receloso amante,
en esa cuesta que entonces
era un plantel de azahares.

Allá por aquella torre
que hicieron puerta los árabes,
subió el Cid sobre Babieca
con su gente y su estandarte.

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Más lejos se ve el castillo
de San Servando, o Cervantes,
donde nada se hizo nunca
y nada al presente se hace.

A este lado está la almena
por do sacó vigilante
el conde don Peranzules
al rey, que supo una tarde
fingir tan tenaz modorra,
que, político y constante,
tuvo siempre el brazo quedo
las palmas al horadarle.

Allí está el circo romano,
gran cifra de un pueblo grande,
y aquí la antigua basílica
de bizantinos pilares,
que oyó en el primer concilio
las palabras de los Padres
que velaron por la Iglesia
perseguida o vacilante.

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La sombra en este momento
tiende sus turbios cendales
por todas esas memorias
de las pasadas edades;

y del Cambrón y Bisagra
los caminos desiguales,
camino a los toledanos
hacia las murallas abren.

Los labradores se acercan
al fuego de sus hogares,
cargados con sus aperos,
cargados con sus afanes.

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Los ricos y sedentarios
se tornan con paso grave,
calado el ancho sombrero,
abrochados los gabanes;

y los clérigos y monjes
y los prelados y abades,
sacudiendo el leve polvo
de capelos y sayales.

Quédase sólo un mancebo
de impetuosos ademanes,
que se pasea ocultando
entre la capa el semblante.

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Los que pasan le contemplan
con decisión de evitarle,
y él contempla a los que pasan
como si a alguien aguardase

Los tímidos aceleran
los pasos al divisarle,
cual temiendo de seguro
que les proponga un combate;

y los valientes le miran
cual si sintieran dejarle
sin que libres sus estoques
en riña sonora dancen.

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Una mujer, también sola,
se viene el llano adelante,
la luz del rostro escondida
en tocas y tafetanes.

Mas en lo leve del paso
y en lo flexible del talle
puede a través de los velos
una hermosa adivinarse.

Vase derecha al que aguarda,
y él al encuentro le sale
diciendo…cuanto se dicen
en las citas los amantes.

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Mas ella, galanterías
dejando severa aparte,
así al mancebo interrumpe
en voz decidida y grave:

«Abreviemos de razones,
Diego Martínez; mi padre,
que un hombre ha entrado en su ausencia
dentro mi aposento sabe,
y así quien mancha mi honra
con la suya me la lave;
o dadme mano de esposo,
o libre de vos dejadme.»

Miróla Diego Martínez
atentamente un instante,
y echando a su lado el embozo
repuso palabras tales:

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«Dentro de un mes, Inés mía,
parto a la guerra de Flandes;
al año estaré de vuelta
y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca
con honra mía se lave,
que por honra vuelven honra
hidalgos que en honra nacen.»

«Júralo», exclama la niña.
«Más que mi palabra vale
no te valdrá un juramento.»
«Diego, la palabra es aire.»

«¡Vive Dios, que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste.»
«No me basta; que olvidar
puedes la palabra en Flandes.»

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«¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?»
«Que a los pies de aquella imagen
lo jures como cristiano
del Santo Cristo delante.»
Vaciló un punto Martínez.

Mas porfiando que jurase,
llevóle Inés hacia el templo
que en medio la Vega yace.

Enclavado en un madero,
en duro y postrero trance,
ceñida la sien de espinas,
descolorido el semblante,
víase allí un crucifijo
teñido de negra sangre
a quien Toledo devota
acude hoy en sus azares.

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Ante sus plantas divinas
llegaron ambos amantes,
y haciendo Inés que Martínez
los sagrados pies tocase,
preguntóle

«Diego, ¿juras
a tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo:
«¡Sí juro!»,
y ambos del templo se salen.

III

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Pasó un día y otro día
un mes y otro mes pasó,
y un año pasado había,
mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.

Lloraba la bella Inés
oraba un mes y otro mes
su vuelta aguardando en vano,
del crucifijo a los pies
do puso el galán su mano.

Todas las tardes venía
después de traspuesto el sol,
y a Dios llorando pedía
la vuelta del español,
y el español no volvía.

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Y siempre al anochecer,
sin dueña y sin escudero,
en un manto una mujer
el campo salía a ver
al alto del Miradero.

¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!

La esperanza es de los cielos
preciosos y funesto don,
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos
que abrasan el corazón.

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Si es cierto lo que se espera
es un consuelo en verdad;
pero siendo una quimera,
en tan frágil realidad
quien espera desespera.

Así Inés desesperaba
sin acabar de esperar,
y su tez se marchitaba,
y su llanto se secaba
para volver a brotar.

En vano a su confesor
pidió remedio o consejo
para aliviar su dolor,
que mal se cura el amor
con las palabras de un viejo.

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En vano a Iván acudía,
llorosa y desconsolada;
el padre no respondía,
que la lengua le tenía
su propia deshonra atada.

Y ambos maldicen su estrella,
callando el padre severo
y suspirando la bella,
porque nació altanero.

Dos años al fin pasaron
en esperar y gemir,
y las guerras acabaron,
y los de Flandes tornaron
a sus tierras a vivir.

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Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó,
y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
mas de Flandes no volvía.

Era una tarde serena,
doraba el sol de Occidente
del Tajo la Vega amena,
y apoyada en una almena
miraba Inés la corriente.

Iban las tranquilas olas
las riberas azotando
bajo las murallas solas,
musgo, espigas y amapolas
ligeramente doblando.

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Algún olmo que escondido
creció entre la hierba blanda
sobre las aguas tendido
se reflejaba perdido
en su cristalina banda.

Y algún ruiseñor colgado
entre su fresca espesura
daba al aire embalsamado
su cántico regalado
desde la enramada oscura.

Y algún pez con cien colores,
tornasolada la escama,
saltaba a besar las flores,
que exhalan gratos olores
a las puntas de una rama.

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Y allá, en el trémulo fondo,
el torreón se dibuja
como el contorno redondo
del hueco sombrío y hondo
que habita nocturna bruja.

Así la niña lloraba
el rigor de su fortuna,
y así la tarde pasaba
y al horizonte trepaba
la consoladora luna.

A lo lejos, por el llano,
en confuso remolino,
vio de hombres tropel lejano
que en pardo polvo liviano
dejan envuelto el camino.

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Bajó Inés del torreón,
y llegando recelosa
a las puertas del Cambrón,
sintió latir zozobrosa
más inquieto el corazón.

Tan galán como altanero
dejó ver la escasa luz
por bajo el arco primero
un hidalgo caballero
en un caballo andaluz.

Jubón negro acuchillado,
banda azul, lazo en la hombrera
y sin pluma al diestro lado,
el sombrero derribado
tocando con la gorguera.

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Bombacho gris guarnecido,
bota de ante, espuela de oro,
hierro al cinto suspendido
y a una cadena prendido
agudo cuchillo moro.

Vienen tras este jinete
sobre potros jerezanos
de lanceros hasta siete,
y en adarga y coselete
diez peones castellanos.

Asióse a su estribo Inés,
gritando: «¡Diego, eres tú!»
Y él viéndola de través,
dijo: «¡Voto a Belcebú,
que no me acuerdo quién es!»

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Dio la triste un alarido
tal respuesta al escuchar,
y a poco perdió el sentido,
sin que más voz ni gemido
volviera en tierra a exhalar.

Frunciendo ambas dos cejas
encomendóla a su gente,
diciendo: «Malditas viejas,
que a las mozas malamente
enloquecen con consejas!»

Y aplicando el capitán
a su potro las espuelas,
el rostro a Toledo dan,
y a trote cruzando van
las oscuras callejuelas.

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IV

Así por sus altos fines
dispone y permite el cielo
que puedan mudar al hombre
fortuna, poder y tiempo.

A Flandes partió Martínez
de soldado aventurero,
y por su suerte y hazañas
allí capitán le hicieron.

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Según alzaba en honores
alzábase en pensamientos,
y tanto ayudó en la guerra
con su valor y altos hechos,
que el mismo rey a su vuelta
le armó en Madrid caballero,
tomándole a su servicio
por capitán de lanceros.

Y otro no fue que Martínez
quien ha poco entró en Toledo,
tan orgulloso y ufano
cual salió humilde y pequeño.

Ni es otro a quien se dirige,
cobrado el conocimiento,
la amorosa Inés de Vargas,
que vive por él muriendo.

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Mas él, que olvidando todo
olvidó su nombre mesmo,
puesto que Diego Martínez
es el capitán don Diego,
ni se ablanda a sus caricias
ni cura de sus lamentos,
diciendo que son locuras
de gente de poco seso:
que ni él prometió casarse
ni pensó jamás en ello.

¡Tanto mudan a los hombres
fortuna, poder y tiempo!
En vano porfía Inés
con amenazas y ruegos;
cuanto más ella importuna
está Martínez severo.

Abrazada a sus rodillas,
enmarañado el cabello,
la hermosa niña lloraba
prosternada por el suelo.

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Mas todo empeño era inútil,
porque el capitán don Diego
no ha de ser Diego Martínez,
como lo era en otro tiempo.

Y así, llamando a su gente,
de amor y piedad ajeno,
mandóles que a Inés llevaran
de grado o de valimiento.

Mas ella, antes que la asieran,
cesando un punto en su duelo,
así habló, el rostro lloroso
hacia Martínez volviendo:

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«Contigo se fue mi honra,
conmigo tu juramento;
pues buenas prendas son ambas,
en buen fiel las pesaremos.»

Y la faz descolorida
en la mantilla envolviendo,
a pasos desatentados
salióse del aposento.

V

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Era entonces de Toledo
por el rey, gobernador,
el justiciero y valiente
don Pedro Ruiz de Alarcón.

Muchos años por su patria
el buen viejo peleó;
cercenado tiene un brazo,
mas entero el corazón.

La mesa tiene delante,
los jueces en derredor,
los corchetes a la puerta
y en la derecha el bastón.

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Está, como presidente
del tribunal superior,
entre un dosel y una alfombra,
reclinado en un sillón,
escuchando con paciencia
la casi asmática voz
con que un tétrico escribano
solfea una apelación.

Los asistentes bostezan
al murmullo arrullador;
los jueces, medio dormidos,
hacen pliegues al ropón;
los escribanos repasan
sus pergaminos al sol,

los corchetes a una moza
guiñan en un corredor,
y abajo, en Zocodober
gritan en discorde son,
los que en el mercado venden,
lo vendido y el valor.

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Una mujer en tal punto,
en faz de grande aflicción,
rojos de llorar los ojos,
ronca de gemir la voz,
suelto el caballo y el manto,
tomó plaza en el salón
diciendo a gritos:

«¡Justicia,
jueces, justicia, señor!»
Y a los pies se arroja humilde
de don Pedro de Alarcón,
en tanto que los curiosos
se agitan alrededor.

Alzóla cortés don Pedro,
calmando la confusión
y el tumultuoso murmullo
que esta escena ocasionó,
diciendo:

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«Mujer, ¿qué quieres?
«Quiero justicia, señor.»
«¿De qué?»
«De una prenda hurtada.»
«¿Qué prenda?»
«Mi corazón.»

«¿Tú lo diste?»
«Lo presté.»
«¿Y no te le han vuelto?»
«No.»
«¿Tienes testigos?»
«Ninguno.»

«¿Y promesa?»
«¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
un juramento empeñó.»
«¿Quién es él?»
«Diego Martínez.»

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«¿Noble?»
«Y capitán, señor.»
«Presentadme al capitán,
que cumplirá si juró.»

Quedó en silencio la sala,
y a poco en el corredor
se oyó de botas y espuelas
el acompasado son.

Un portero, levantando
el tapiz, en alta voz
dijo: «El capitán don Diego.»
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
llenos de orgullo y furor.

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«¿Sois el capitán don Diego
–díjole don Pedro– vos?»
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:

«Yo soy.»
«¿Conocéis a esta muchacha?»
«Ha tres años, salvo error.»
«¿Hicísteisla juramento
de ser su marido?
«No.»

«¿Juráis no haberlo jurado?»
«Sí, juro.»
«Pues id con Dios.»
«¡Miente!», calmó Inés llorando
de despecho y de rubor.

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«Mujer, ¡piensa lo que dices……!»
«Digo que miente, juró.»
«¿Tienes testigos?»
«Ninguno.»

«Capitán, idos con Dios,
y dispensad que acusado
dudara de vuestro honor.»

Tornó Martínez la espalda,
con brusca satisfacción,
e Inés, que le vio partirse;
resuelta y firme gritó:

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«Llamadle, tengo un testigo;
llamadle otra vez, señor.»
Volvió el capitán don Diego,
sentóse Ruiz de Alarcón,
la multitud aquietóse
y la de Vargas siguió:

«Tengo un testigo a quien nunca
faltó verdad ni razón.»
«¿Quién?»
«Un hombre que de lejos
nuestras palabras oyó,
mirándonos desde arriba.»

«¿Estaba en algún balcón?»
«No, que estaba en un suplicio
donde ha tiempo que expiró.»
«¿Luego es muerto?»
«No, que vive,»

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«Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?»
«El Cristo de la Vega,
a cuya faz perjuró.»

Pusiéronse en pie los jueces
al nombre del Redentor,
escuchando con asombro
tan excelsa apelación.

Reinó un profundo silencio
de sorpresa y de pavor,
y Diego bajó los ojos
de vergüenza y confusión.

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Un instante con los jueces
don Pedro en secreto habló,
y levantóse diciendo
con respetuosa voz:

«La ley es ley para todos;
tu testigo es el mejor,
mas para tales testigos
no hay más tribunal que Dios.

Haremos….. lo que sepamos.
Escribano, al caer el sol
al Cristo que está en la Vega
tomaréis declaración.»

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VI

Es una tarde serena,
cuya luz tornasolada
del purpurino horizonte
blandamente se derrama.

Plácido aroma de flores
sus hojas plegando exhalan,
y el céfiro entre perfumes
mece las trémulas alas.

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Brillan abajo en el valle
con suave rumor las aguas,
y las aves en la orilla
despidiendo al día cantan.

Allá por el Miradero
por el Cambrón y Bisagra,
confuso tropel de gente
del Tajo a la Vega baja.

Vienen delante don Pedro
de Alarcón, Iván de Vargas,
su hija Inés, los escribanos,
los corchetes y los guardias;
y detrás, monjes, hidalgos,
mozas, chicos y canalla.

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Otra turba de curiosos
en la Vega les aguarda,
cada cual comentariando
el caso según le cuadra.

Entre ellos está Martínez
en apostura bizarra,
calzadas espuelas de oro,
valona de encaje blanca,
bigote a la borgoñesa,
melena desmelenada,

el sombrero guarnecido
con cuatro lazos de plata,
un pie delante del otro,
y el puño en el de la espada.

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Los plebeyos, de reojo,
le miran de entre las capas,
los chicos al uniforme
y las mozas a la cara.

Llegado el gobernador
y gente que le acompaña,
entraron todos al claustro
que iglesia y patio separa.

Encendieron ante el Cristo
cuatro cirios y una lámpara
y de hinojos un momento
le rezaron en voz baja.

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Está el Cristo de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos de una vara;

hacia la severa imagen
un notario se adelanta
de modo que con el rostro
al pecho santo llegaba.

A un lado tiene a Martínez,
a otro lado a Inés de Vargas,
detrás al gobernador
con sus jueces y sus guardias.

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Después de leer dos veces
la acusación entablada,
el notario a Jesucristo,
así demandó en voz alta:

Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana,
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas,

¿juráis ser cierto que un día
a vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
por su mujer desposarla?

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Asida a un brazo desnudo
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y hendida palma,
y allá en los aires: «¡Sí, juro!»
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa…….

Los labios tenía abiertos
y una mano desclavada.

Conclusión

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Las vanidades del mundo
renunció allí mismo Inés,
y espantado de sí propio
Diego Martínez también.

Los escribanos, temblando
dieron de esta escena fe,
firmando como testigos
cuantos hubieron poder.

Fundóse un aniversario
y una capilla con él,
y don Pedro de Alarcón
el altar ordenó hacer,
donde hasta el tiempo que corre,
y en cada año una vez,
con la mano desclavada
el crucifijo se ve.

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Literariamente hablando, Zorrilla tuvo el infortunio, de sobrevivir a su tiempo, pues continuo escribiendo hasta 1893 sin que ni su estilo ni su temática hubiesen evolucionado lo suficiente para asimilarle a las nuevas tendencias.

Por esta razón, aunque el carácter de su obra no podía dar lugar a polémicas ideológicas.

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Las bellezas formales de sus versos fueron resultando cada día más inadecuados en el mesurado ambiente de la Restauración.

En Escribirte valoramos tu opinión, déjanos un comentarios y cuéntanos que piensas de nuestros artículos.

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